El aniversario llegó, como siempre, puntual. Pero esta vez no hubo dos copas sobre la mesa. Esther puso solo una. La otra quedó guardada, intacta, como tantas cosas valiosas que no se usan, pero no se pueden tirar porque tienen un gran valor sentimental y emocional.
La casa estaba demasiado grande para ella sola. Cada ruido era un eco, cada rincón un lazo de recuerdos. Esos años juntos… y ahora esos años pesaban más que nunca, porque él ya no estaba para compartirlos.
Se sentó junto a la ventana donde solía pasar las tardes mirando la calle. Todavía parecía que iba a entrar en cualquier momento, con su andar lento, con su voz tranquila diciendo sin palabras que todo seguía su curso. Pero ya no. El tiempo había seguido, sí, pero sin él.
Esther tomó la copa con las dos manos. El vino tembló levemente, como ella. Recordó la primera vez que brindaron: jóvenes, llenos de futuro, sin saber cuántas despedidas cabían en una vida. Recordó los desayunos y las risas en la cocina, las discusiones nocturnas, los silencios largos, los sueños rotos y otros que sí sobrevivieron. Y en ese gesto sencillo se resumieron los años: de días inmensamente felices disfrutando de la familia, de las madrugadas cuidando cuando algún hijo estaba enfermo, los abrazos de apoyo después de las pérdidas, del miedo al futuro y del coraje para enfrentarlo.
Recordó con que gran ilusión miraba su vestido de novia colgado en la puerta del armario, y que horas más tarde sería una princesa del brazo de su guapo y apuesto principe…Dios, ¡qué enamorada y feliz era entonces…!
-Hoy cumpliríamos otro año -susurró al aire, con una punzada de melancolía y ese sentimiento de añoranza que nos reconecta con momentos de alegría, pero que también nos hace conscientes de que ya no están, ofreciendo consuelo, pero también, con una gran nostalgia.
El sonido del cristal al apoyar su copa en la mesa fue el único brindis. No hubo respuesta. Solo esa ausencia que dolía como al principio, pero de una forma más honda, más triste, más definitiva.
Comprendió entonces que un aniversario, cuando falta uno de los dos, ya no es una celebración. Es un acto de memoria. Es sentarse junto al pasado y decirle en voz baja: “Todavía estás aquí, aunque ya no estés”.
Y así, en medio del silencio, Esther celebró sola. No la alegría, no el futuro, sino aquello que nadie podía quitarle: haber amado inmensamente, haber compartido los años con alguien que ahora vivía únicamente en su alma y en su recuerdo.
Y eso, dolía… pero también era lo único que la mantenía de pie.
Rovica.


