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  • Última modificación de la entrada:02/12/2025

 

 

 

Hay un sonido antes del sonido,
una sílaba sin contorno
que respira en la grieta
entre el ser
y el todavía-no.

Allí, donde el sentido se disuelve
en un fulgor sin forma,
las palabras tiemblan:
buscan nacer
y se deshacen
al rozar su propio borde.

El universo tartamudea.
El tiempo pronuncia un balbuceo.
La conciencia intenta articular
un gesto,
pero sólo alcanza
un destello quebrado,
un casi.

Todo lenguaje -cada uno-
es la sombra de un símbolo
que no pudo completarse.
Es un nombre sin dueño,
una raíz que se niega
a fijar su tronco.

Y aun así hablamos:
desplegamos fonemas deshilados,
tejemos significados que vibran
como alas defectuosas
en un cielo sin aire.

Porque al final
lo que decimos no dice:
apunta, roza, insinúa,
se acerca tanto al misterio
que termina ardiendo.

Y en ese incendio mínimo,
en ese desbordarse del verbo,
el Ser descifra un instante
de su propio silencio.

Un instante.
Y luego nada,
otra vez…

Rovica.

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