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  • Última modificación de la entrada:25/05/2025

 

 

Hoy he decidido compartir un viaje que transformó mi mundo para siempre. Una aventura rebosante de emociones. Un destino escrito en el alma.

Introducción.

Partí de Sevilla con la mochila cargada de más preguntas que respuestas. Atrás dejé el ruido, el reloj y la urgencia de llegar a todas partes. La Vía de la Plata me llamó no como una ruta, sino como un susurro que prometía silencio, encuentro y transformación.

Cada etapa fue un espejo, para conocerme. Las ampollas, las dudas, la fatiga…todo se volvió parte del camino, no obstáculos, sino maestros. Y con ellos, pequeños milagros: una fuente inesperada, una sonrisa compartida sin palabras, la paz de caminar sin destino inmediato. Allí comprendí que hay belleza en lo simple y fuerza en lo invisible.

He comprendido que la Fe no siempre se pronuncia en voz alta. A veces se camina. Se suda. Se comparte. He recuperado una parte de mí que creía perdida. No fue de golpe, ni con ruido. Fue un susurro, una sensación conocida que regresó sin pedir permiso. Una risa olvidada, un pensamiento que vuelve a casa, una fuerza que estaba dormida bajo capas de miedo. He sentido a Dios, la vida, el misterio en una flor silvestre, en un pan compartido, en una mirada entre desconocidos.

Me llamo Rovica, Rovi o Ro, como prefieras…Y este ha sido mi Camino. Más que un viaje hacia un lugar, fue un regreso a lo esencial. No para encontrar respuestas absolutas, sino para aprender a hacer mejores preguntas. Y, sobre todo, para recordar cada vez que me pierda, que lo esencial cabe en una mochila y se encuentra a paso lento.

“El Camino, desde el sur a Santiago – Diario de una peregrina”

Ruta: Vía de la Plata (Sevilla – Santiago de Compostela)
Duración: 35 días
Motivación: Un viaje hacia el alma, desde Sevilla hasta Santiago.

Día 1 – Sevilla: El inicio de lo invisible
Partí desde la sevillana Puerta de Itálica con la incertidumbre colgada del pecho. No venía buscando hazañas. Venía huyendo del ruido, del agotamiento interior, de una vida demasiado cómoda y a la vez vacía. Rota por dentro, con la fe deshilachada, y la sensación de que todo lo que antes tenía sentido se me había escapado de las manos.

El primer paso no fue sobre el asfalto, sino dentro de mí: quiero entenderme. Esa fue mi única plegaria. No vine a buscar respuestas místicas. Vine a intentar recordar cómo se escucha el propio corazón.

Sevilla quedó atrás y mis pasos me llevaron hasta Guillena, agotada, sudando el cuerpo, no por el camino, sino por el peso invisible de lo que aún no había soltado y empezaba a aflojar el alma.

Día 6 – El cuerpo se queja, el alma despierta
Pronto el paisaje cambió. Los campos de Extremadura me enseñaron la grandeza del vacío: vastos, abiertos, humildes. Aprendí que el alma también necesita espacio para respirar.

El calor no perdona. La dehesa parece infinita y silenciosa. Siento las piernas pesadas y los hombros ardiendo. Pero al mismo tiempo, algo empieza a pasar por dentro. El ruido mental baja de volumen.

Hoy, mientras cruzaba un sendero solitario, me detuve y recé. No fue con palabras aprendidas, fue con los ojos cerrados, las manos sobre el pecho y una frase muy simple: “Aquí estoy.” Fue la primera vez en años que sentí una respuesta, aunque no fuera una voz, sino una calma nueva.

Día 7 – Zafra: El cansancio revela lo que ocultamos
El cuerpo empieza a responder. Las piernas duelen menos y el silencio se vuelve compañero. Mientras cruzaba olivares y encinas, me sorprendí llorando al ver una ermita solitaria. No por tristeza, sino por el desahogo de sentir que alguien o algo, aún me esperaba en algún lado.

Comí con otros peregrinos. Uno de ellos, alemán, me dijo: “A veces hay que andar muy lejos para volver a casa.” Esa noche, escribí en mi cuaderno: “Quizá la casa sea uno mismo, cuando aprende a estar en paz consigo.”

Día 10 – Mérida: Piedras que enseñan
Llegar a Mérida fue como entrar en un museo a cielo abierto. Recé. No para pedir, sino para agradecer haber llegado hasta aquí, incluso con heridas. Sentí que algo en mí, muy dentro, comenzaba a recomponerse.

El teatro romano me dejó sin aliento. Me senté en una grada de piedra, imaginando a quienes, siglos atrás, habrán reído o llorado allí.

La historia me atravesó de un modo que no esperaba. Me hizo pensar en lo pequeña que soy y, al mismo tiempo, en lo valioso de formar parte de algo más grande. Sentí una especie de comunión con el tiempo, como si en ese momento no caminara sola, sino acompañada por miles que lo hicieron antes.

Día 15 – Plasencia. Encuentros y señales
En el albergue conocí a María, una peregrina portuguesa que hablaba poco, pero escuchaba mucho. Le conté mi historia, con la sinceridad de la que me permito con mis mejores amigos. Me miró sin juicio y dijo: “El Camino te pone delante lo que necesitas, aunque no siempre lo que esperas.”

Esa frase se me quedó pegada como una señal. Y es cierto. Cada día descubro algo que no estaba en los mapas: una conversación, una mirada, un amanecer en mitad del campo que me hace llorar sin saber por qué.

Día 21 – Salamanca: Sabiduría en piedra
Llegué a Salamanca con una mezcla de admiración y cansancio. Llegar  fue como entrar en una revelación. Caminé por sus calles con una sensación extraña: por primera vez en meses, no sentía ansiedad. La ciudad me recibió con campanas, estudiantes, y una sensación de solidez. Hay algo espiritual en cómo la luz acaricia las fachadas de piedra dorada.

Entré en la Catedral Nueva, me senté en silencio, y simplemente respiré. No pedí. No hablé. Solo estuve. Comprendí que la fe no siempre necesita palabras, ni forma. A veces basta con quedarse quieta y dejar que el corazón hable sin interrupciones.

En la catedral, un rayo de luz atravesaba un vitral justo cuando me senté. No fue un milagro, pero sí una señal: la belleza aún existe. El alma, aunque cansada, no está muerta. Respiré hondo. Me sentí viva.

Día 27 – Zamora: Soledad fértil
La meseta castellana me enseñó más que muchos libros. Aprendí a estar conmigo sin escapar. A oír mis pensamientos sin huir.

Una mañana caminé ocho kilómetros en silencio total. No música, no charla, no escritura. Solo pasos y respiración. Al final de ese tramo, me sentí más ligera. No por el peso físico, sino porque había dejado atrás culpas y exigencias que no me pertenecen.

La soledad aquí es otra cosa. No duele. No asusta. Se vuelve fértil. Es en esa inmensidad plana, entre campos de trigo, donde las preguntas afloran y, a veces, las respuestas también.

Una tarde escribí en mi cuaderno:
“El Camino no me está enseñando cómo vivir. Me está mostrando qué cosas ya no necesito cargar.”

Día 30 – Ourense: Agua, niebla y ternura
Galicia me abrazó como una madre. Llovía, pero no importaba. Había niebla, pero no me perdía. Caminé entre bosques verdes y pueblos silenciosos como si el mundo entero se hubiera hecho más amable.

Dormí en un pequeño monasterio. Me ofrecieron sopa caliente y silencio. Esa noche soñé con mi infancia, con mi padre cantándome bajito. Desperté llorando, pero también sonriendo.

Día 32 –  Galicia entra por la piel
Galicia me recibió con lluvia y verde. Todo cambia aquí: el paisaje, el clima, el ritmo interior. El agua me limpia los pies cansados. El verde me abraza con ternura. Me siento más humana, más parte de la tierra.

Dormí en un monasterio y compartí una cena silenciosa con otros peregrinos. Sentí una energía distinta. No era sólo un viaje físico; algo invisible se mueve dentro de todos nosotros. Una especie de comunidad sin palabras, de búsqueda compartida.

Día 34 – Santiago: Llegar es volver a uno mismo

Llegué a Santiago sin euforia. Sin la necesidad de levantar los brazos al cielo. Porque entendí que el verdadero final no era la plaza ni la catedral, sino el momento en que el camino me enseñó a ver con el corazón.

No regresé siendo otra. Regresé siendo más yo.

Crucé la Plaza del Obradoiro bajo la lluvia y un cielo gris…Con una calma que no había sentido en años. Mis pies dolían, pero mi alma flotaba. No grité, no lloré. Solo caminé despacio, deteniéndome frente a la catedral como quien llega a casa después de mucho tiempo. No saqué el móvil.  Solo entré a la catedral y cerré los ojos.

No pedí milagros. No hablé. Solo agradecí. Agradecí haberme roto, porque eso me hizo caminar. Agradecí haberme perdido, porque eso me enseñó a buscar. Agradecí el silencio, porque en él descubrí mi propia voz. Agradecí haber tenido el valor de empezar. Agradecí cada ampolla, cada lágrima, cada conversación y cada amanecer.

Despues, me senté, respiré y pensé. He llegado. Pero no he terminado. El verdadero Camino, intuyo, empieza ahora. Cuando vuelva a casa y trate de vivir con la misma verdad con la que he caminado estas semanas.

El verdadero Camino empieza ahora.

Me llamo Rovica, y caminé desde Sevilla a Santiago no para encontrar respuestas absolutas, sino para reencontrarme con la pregunta que más temía: ¿Quién soy cuando ya no soy lo que hago, o  lo que esperan de mí?

Ahora lo sé… soy alguien que puede caminar con sus heridas sin que le duelan cada paso. Soy alguien que encontró belleza en lo simple y fuerza en lo invisible.

Soy yo… pero distinta.  Más consciente. Más completa.

El Camino no me cambió. Me devolvió.

Rovica.

Esta entrada tiene 7 comentarios

  1. Me has emocionado querida Ro, he hecho el camino contigo, salvando las distancias claro. Es algo que me hubiese gustado hacer alguna vez, pero a estas alturas ya se me torna imposible, no podría. Y creo que dices bien, el camino empieza ahora o se inicia cada día, para unos más difícil que para otros, pero es que la vida lo es. Bienvenida a tu camino de vuelta. Un fuerte abrazo.

    1. Rovica

      Qué bonito leerte, Paz…Gracias por acompañarme, aunque sea en la distancia. Creo que cada uno hace su propio camino, a su manera, con sus pasos, sus tiempos y sus batallas. A veces no se trata de llegar a un lugar, sino de mirar hacia adentro y seguir avanzando desde ahí. Lo importante es seguir, como tú bien dices, cada día, aunque cueste. Gracias por tu bienvenida, me la guardo con cariño. Un abrazo grande, de corazón a corazón.

  2. estevamweb

    Repito o comentário acima. Me emocionastes. Meus olhos lacrimejaram. Senti-me caminhando o mesmo caminho. Para dentro de mim mesmo.

    1. Rovica

      Saber que o que vivi toca algo tão profundo no coração de outra pessoa…é um presente imenso; Isso me faz sentir que cada palavra e cada emoção da minha jornada valeram a pena ser compartilhada. Obrigado por comentar e obrigado por se sentir assim. Não estamos sozinhos no caminho, mesmo que às vezes pareça assim. Um abraço, meu amigo Estevam.

      1. estevamweb

        Como dizemos aqui no Brasil. Tamos juntos e misturados..

  3. azurea20

    Qué bonito post. Me ha emocionado. Yo también hice el Camino de Santiago, fue increíble. Te comprendo. Un abrazo grande.

    1. Rovica

      Muchas gracias amiga M. Angeles. El Camino de Santiago tiene algo mágico, ¿verdad? Es más que un recorrido físico; es un viaje hacia dentro, una transformación silenciosa que nos une a todos los que lo hemos vivido.
      Me emociona saber que tú también lo hiciste y que también te marcó. Solo quienes han caminado esos pasos comprenden lo profundo que puede ser. Que esa experiencia siga iluminando tu camino. Un abrazo grande.

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