En el laberinto del alma, el miedo es una sombra fría, pero cede ante el sol que irradian los sueños, ese resplandor nace de las ganas y del coraje capaz de iluminar los rincones donde antes solo vivia la duda.
La lágrima que cae es el sutil fertilizante que activa la fuerza interior y la valentía incontrolable, rebelde e indómita, capaz de transformar cada fracaso y adversidad en una oportunidad de aprendizaje y crecimiento.
El deseo es un faro en un mar de incertidumbre que mantiene el rumbo firme, sin perder de vista la belleza del viaje que enseña. Y aunque duela el corazón, no hay atajos hacia el amor perfecto. En este viaje, donde reside el sentimiento, se encuentra la fortaleza del mañana.
El amor no se mide en posesiones ni en fantasías, sino en la verdad pura de la emoción sincera que habita en nosotros. Es la mano extendida después de la tormenta, la llama que perdura en medio de la adversidad o del tiempo y si la esperanza falla, aunque sea por un breve instante, la fe se alza ligera como la nieve, pero con la solided de la roca que el tiempo no puede disolver.
Por lo tanto, que el mundo cambie sus estaciones, que soplen los vientos y se alteren las direcciones. Mientras haya vida, existirá la voluntad, porque en la esencia del ser habita lo más profundo del alma.
Tejedora que rehace sus propios hilos, transformando el vacío en versos y desafíos. Lo que arde en el pecho no es una llama fugaz, sino el fuego que guía incluso cuando el mundo falla. Es en esa terquedad, en la negativa a doblegarse, donde el alma encuentra su lugar, donde el poder de la lucha vence y trasciende.
La memoria, a veces, se viste de tiempos que terminaron, de risas olvidadas, de sueños negados, pero lo que arde no es un fuego pasajero, sino la verdad encendida, la constancia, el ser desnudo ante el universo. Cada cicatriz es el mapa de un viaje: el de la Vida, la marca de la perseverancia de un ser tenaz, auténtico y rebelde.
Que los cielos sellen el destino y que el sonido del amor sea el himno que acompañe cada paso. No hay que doblegarse ante el miedo ni ante la despedida, porque la mayor conquista es la vida misma… y vivirla plenamente. Cuando la brisa se calme y el tiempo repose, lo que perdurará no será lo efímero, sino el amor, la lucha y las ganas de seguir respirando con el corazón lleno…Sigue leyendo en mi Blog.
Rovica.


