Mientras caminaba en un momento, no bueno; me llamó la atención unas pequeñas florecitas que crecían en el suelo, me detuve, tomé la foto, la contemplé atentamente, hasta que llegue a la conclusión de que, a veces, las cosas que parecen insignificantes a menudo contienen las lecciones más grandes.
Y un gran ejemplo son estas pequeñas plantitas que, rompiendo el pavimento, se atreven a florecer. No esperan permiso ni terreno perfecto; su fuerza nace del simple hecho de existir. En la grieta más estrecha encuentran espacio, y en la sombra más fría hallan luz. Cada hoja que asoma es un acto de valentía, cada flor un recordatorio de que la vida existe y resiste, incluso donde parece imposible.
Son maestras silenciosas de la resiliencia, nos enseñan que la grandeza no siempre se encuentra en lo grandioso, sino en lo que, contra todo pronóstico, se niegan a rendirse. Y así, entre el pavimento y el olvido, la belleza persiste, recordándonos que crecer y brillar no es cuestión de suerte, sino de determinación.
Y, finalmente, convencida y tajante, me dije:
-¿Cómo no vas a poder? Si hay pequeñas plantitas que rompiendo el pavimento son capaces de crecer y florecer…
¡Qué sabia es la naturaleza!
Sí, realmente lo es M. Carmen. La naturaleza tiene una sabiduría increíble, aunque muchas veces silenciosa, que se refleja en su equilibrio, adaptabilidad y resiliencia. Cada ecosistema, cada especie y cada proceso natural funciona en sabia armonía de formas, que aún estamos aprendiendo a comprender. Buen día amiga. Un abrazo.
Se puede con casi todo aunque no te lo creas, solo es cuestión de intentarlo, no menospreciando aquello pequeño e insignificante, porque ahí puede radicar siempre lo mejor, lo más grande. Buena tarde.
Totalmente, muchas veces solo hace falta dar el primer paso y confiar en que podemos lograrlo. Gracias Paz. Un abrazo.