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  • Última modificación de la entrada:27/04/2024

 

 

En un París vestido de gala por los colores del atardecer, caminaba Sheree, una mujer cuya belleza radicaba en la sutileza de su sonrisa y en el enigma que encerraban sus ojos color café. De figura esbelta, cada paso que daba parecía seguir el compás de una música que resonaba en los adoquines de la ciudad.

La brisa de marzo ondeaba contra su cabello largo con reflejos rubios mientras pasaba junto a los pintores que, como cada tarde, se diseminaban por Montmartre buscando capturar la luz única de la ciudad. Sheree siempre curiosa y amante de la cultura, admiraba las pinceladas en el lienzo como quien reconoce fragmentos de historia.

Entretanto, en la terraza de un café cercano, Alexandre, un escritor de mirada sincera, penetrante, profunda y, cabello rebelde ensortijado, observaba a la multitud con curiosidad perspicaz. Su corazón, fiel a la tinta y al papel, había eludido compromisos por temor a que encadenaran su alma soñadora.

Esa noche, el destino urdiría sus hilos bajo la luna de París. Alexandre vio a Sheree y un susurro de inspiración rozó su mente. La siguió con la mirada, admirando su bella silueta y la armoniosa elegancía de su caminar, grabando cada detalle de su presencia. Trazó mentalmente frases, descripciones, diálogos… Solo cuando ella se perdió de vista, regresó a su libreta y escribió frenéticamente.

Días después, en una taquilla inaugurada con mesas literarias, se encontraron frente a frente. Sheree, atraída por aquel anuncio de una nueva novela, y Alexandre, esperando nervioso la reacción del público.

Cuando sus ojos se cruzaron, algo vibró en el aire como una cuerda tensa que finalmente cede.

—Tu mirada me resulta familiar. ¿Nos hemos visto antes? —preguntó Sheree, sintiéndose inexplicablemente cautivada por aquel hombre atractivo de mirada intensa.

—Solo en mis sueños, que tienden a adelantarse a la realidad —respondió Alexandre con una sonrisa cautelosa—. Mi nombre es Alexandre, un placer.

Conversaron casualmente, pero cada palabra tejía una conexión más profunda. Sheree encontró y admiró en Alexandre una sensibilidad que resonaba su amor por la cultura, lo antiguo y lo olvidado. Alexandre, por su parte, se descubrió imaginando historias donde Sheree no era solo un personaje, sino una co-autora.

Según las hojas de los árboles comenzaron a reverdecer, sus encuentros se hicieron habituales. Paseaban por los jardines del Luxemburgo, compartían veladas donde la música de VITAA les envolvía y desataba confesiones.

—¿Crees en el destino, Alexandre? —preguntó Sheree una noche, contemplando el reflejo de la luna sobre el Sena.

—Creo en un destino que se escribe con las decisiones que tomamos —respondió él, tomando su mano con delicadeza.

Los pétalos de los cerezos caían como copos de nieve rosada y París, una vez más, ejercía de testigo de amores nacientes. Sheree y Alexandre descubrían en cada conversación, en cada silencio cómplice, a una persona con quien deseaban compartir más que meras casualidades.

Cierto atardecer, mientras recorrían un mercadillo de libros usados, Sheree halló un ejemplar de «Le Petit Prince». Lo abrió y leyó en voz baja:

—“Lo esencial es invisible a los ojos”. Alexandre, ¿Y si eso que no se ve, es lo que nos ha unido?

—Entonces estamos viendo con el corazón —susurró Alexandre, mirándola con ternura.

A medida que el otoño llegaba, pintando de ocres y dorados el cielo de París, la relación entre Sheree y Alexandre florecía, arraigando su amor más allá de la efervescencia de una pasión pasajera.

Una fría noche de noviembre, abrigados por sus abrazos y los vapores del café caliente, Alexandre se armó de valor, y dijo:

—Sheree, he recorrido incontables páginas, pero solo en ti he encontrado el capítulo que no quiero terminar. ¿Serías la co-autora de mi vida?

La respuesta de Sheree fue un beso que sellaba promesas y sueños compartidos mientras la luna los cobijaba con su luz mágica. El invierno trajo consigo la nieve, y bajo su manto blanco, Alexandre e Sheree cruzaron la puerta de una nueva etapa.

Una boda íntima en una pequeña librería de la Rue de l’Abreuvoir, rodeados de libros y del cálido resplandor de las velas.

Y así, mientras las estaciones cambiaban y París continuaba su danza incesante de luces y sombras, dos almas encontraron el ritmo perfecto para sus corazones.

Moraleja

En la narrativa de la existencia, hay encuentros que parecen simples anécdotas, pero que al cruzar las miradas y alinear los corazones, se convierten en historias eternas que el tiempo no puede erosionar.

Siempre hay que leer entre líneas, porque entre los espacios vacíos se dibujan las más hermosas historias de amor.

Cuentos de amor.
Publicado por: Rovica.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. JascNet

    Preciosísimo, Rovica.
    Unas descripciones bellísimas que hacen más bonito ese amor narrado.
    París, bibliotecas convertidas en iglesias, ojos que se enamoran, amores que se miran.
    Me encantó. Felicidades.
    Abrazo grande, amiga poeta.

    1. Rovica

      París…Oh la la ! Comme c’est merveilleux ! La ville de l’amour💖. Es cierto Lo que dices, desprende arte y cultura allá por dónde vas. Es pura magia… Muchas gracias por tu tiempo en estár y comentar J. Antonio. Un abrazo amigo 🌼😊

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