Érase una vez una aldea en la que todos los habitantes eran muy felices. No había tristeza ni malos sentimientos en el aire, solo amor y alegría. La gente trabajaba duro en sus tierras y en sus negocios, pero siempre encontraban tiempo para ayudar a los demás y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. En una de las casas de la aldea vivía una mujer llamada Rosmary.
Rosmary era una mujer muy ocupada, siempre preocupada por sus tareas y obligaciones. Se levantaba temprano y se acostaba tarde, trabajando sin descanso para mantener su casa y su negocio. Pero por más que lo intentaba, nunca parecía tener suficiente tiempo para todo.
Una noche, después de otro día agotador, Rosmary se acostó en su cama, pero no podía dormir. Su mente estaba llena de preocupaciones y responsabilidades, y no podía dejar de pensar en todo lo que tenía que hacer al día siguiente. Intentó leer un libro, contar ovejas e incluso tomar una taza de té caliente, pero nada funcionaba. Se sentía cada vez más desesperada y cansada hasta que por fin, se durmió.
Fue entonces cuando apareció un extraño en su sueño. Era un hombre anciano, con una barba blanca y sabia mirada. Le dijo a Rosmary que entendía sus preocupaciones, pero que el secreto para ser feliz no era trabajar todo el tiempo, sino disfrutar de la vida y las personas que la rodean. Le habló de la importancia de los pequeños detalles, de los momentos de felicidad y de la ayuda mutua.
Rosmary despertó al día siguiente con una nueva perspectiva. Se dio cuenta de que había estado descuidando las cosas importantes de su vida en su afán de hacerlo todo sola y rápido. Decidió que a partir de ese momento iba a dedicar más tiempo a disfrutar de su familia, amigos, y a ayudar a los demás en la medida de lo posible. También se prometió a sí misma que no volvería a preocuparse tanto por las cosas sin importancia.
Poco a poco, Rosmary empezó a sentirse más relajada y feliz. Descubrió que su casa y su negocio seguían funcionando igual de bien, pero que ahora tenía más tiempo y energía para disfrutar de la vida. Se hizo amiga de sus vecinos y encontró nuevas formas de ayudarlos. La aldea se convirtió en un lugar aún más feliz y cálido gracias a su actitud.
Y así, Rosmary vivió rodeada de amor y alegría, disfrutando de la vida y las personas que la rodeaban. Nunca volvió a preocuparse tanto por cosas sin importancia, y siempre encontraba tiempo para ayudar a los demás y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.
Moraleja:
El trabajo es importante, pero no debemos dejar que nos consuma por completo. En la vida debemos encontrar un equilibrio entre nuestras obligaciones y nuestras pasiones. Disfrutar los pequeños detalles y ayudar a los demás nos hace más felices y nos permite vivir en un mundo mejor.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado. Ah! Y, espero que te haya ayudado a relajarte y dormir bien…😴. Buenas noches😊.
Hola, Rovica.
Un cuento precioso y muy apropiado para el inicio de curso/trabajo/estudios.
No recuerdo si fue mi padre el primero que me dijo: «Hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar». Aunque él no lo llevó muy bien en la práctica.
Hoy en día, no solo «perdemos» demasiado tiempo en nuestros trabajos, también en cosas sin importancia; las pantallas nos distraen más de lo que deberían.
Como también le escuché a alguien: «El tiempo dedicado a los demás, siempre es tiempo bien aprovechado». Necesitamos que la empatía forme parte de nuestras vidas de forma continuada e involuntaria. Así, el mundo sería mejor y más alegre.
Enhorabuena por este excelente cuento y su moraleja. Muchas gracias.
Abrazo grande.
PD.- El tiempo dedicado a leerlo estuvo maravillosamente empleado.
Me alegra mucho que te haya gustado mi entrada. Sobre todo, me encanta como reflexionas el concepto de los textos. Muchas gracias J. Antonio.
Trabajar para vivir significa convertir el trabajo en un medio y no en un fin. Aunque, es verdad que muchas veces terminamos prestando más importancia al trabajo, incluso sobre nuestra salud física, emocional.
Y, por otra parte, desde luego, que deberíamos ser más empáticos hacia los demás. Entender por lo que otra persona está pasando. Ser capaces de ponernos en su lugar y ponernos en sus zapatos. Ojalá que el ser humano empatizara un poco más con nuestros semejantes, seguramente, que entonces, viviríamos en una sociedad más sensible, tolerante, respetuosa y, sobre todo, más justa. Buen finde. Otro abrazo grande para ti amigo.
Una historia muy interesante con una moraleja adecuada a este tiempo. Te luciste Rovica con tu redacción.
Muchas gracias. Me alegra saber que te ha gustado, Manuel. Buen finde. Un abrazo amigo.
Igualmente Rovica
Como siempre, muy acertada.
Buen fin de semana
Muchas gracias Marycarmen. También para ti feliz finde. Un abrazo🌼😊
Excelente historia, cuanto de cierto hay. Feliz domingo.
Muchas gracias. Encantada de que te guste. Buen domingo Javier. Un abrazo amigo.