Hace mucho, cuando los cielos aún eran jóvenes, el Sol y la Luna se miraron por primera vez. Sus ojos se encontraron a través de la inmensidad del firmamento, y en ese instante nació un amor…¿imposible?
El Sol, con su fuego dorado, iluminaba los mundos y calentaba los corazones, pero temía que su ardiente abrazo dañara a la delicada Luna. Ella, con su luz suave y plateada, bailaba entre las estrellas, deseando acariciar al Sol, pero temía opacarlo con su reflejo.
El Gran Cielo decidió separarlos: el Sol gobernaría el día y la Luna la noche. Nunca podrían encontrarse en todo su esplendor… salvo en contadas ocasiones. En esos raros momentos, cuando la Luna se interpone entre la Tierra y el Sol o cuando ambos se alinean justo en el horizonte; los eclipses nacieron como sus fugaces abrazos. Y así, su amor se volvió secreto, silencioso y eterno.
El Universo no olvidó su pasión. Cada amanecer y cada atardecer son testigos del encuentro entre el Sol y la Luna, ese momento donde la luz y la oscuridad se funden por un instante, en un suspiro bello, mágico, único, el cielo se tiñe de deseo, el Sol y la Luna se buscan, se rozan, y se despiden otra vez. Ahí, en ese breve y mágico milagro, el amor vuelve a existir, fugaz… pero eterno.
Rovica.


