A menudo, la felicidad se escapa no porque la vida la oculte, sino porque la mente la distorsiona y juega con el tiempo.
Recordamos el pasado más bello de lo que fue, idealizando momentos que quizá no eran tan perfectos, adornándolos con la nostalgia.
Contemplamos el presente con ojos cansados, viéndolo más gris de lo que realmente es, dejando de percibir los pequeños detalles que lo hacen positivo y valioso. La vida nunca deja de ofrecernos instantes plenos; somos nosotros quienes los pasamos por alto.
Pensamos demasiado en el futuro, imaginándolo más complicado y difícil de lo que finalmente será.
La serenidad nace cuando aprendemos a mirar sin comparaciones, sin juicios y sin miedo al tiempo. Entonces, quizá comprendamos que la felicidad no se busca, se reconoce.
Rovica.
